El Jardín de Knie

En estas horas convulsas cabría decir al pasear por el Jardín de Knie aquello de Ortega: He reducido el mundo a mi jardín y ahora veo la intensidad de todo lo que existe.

Escrito por Enrique Salvo Tierra

Tuve el honor de conocer los grandes jardines de Ronda de la mano de Juan Fraile, gran maestro cuyas enseñanzas iban más allá del aula, gran alcalde cuya función salía de su despacho para en la calle prestar oído a los problemas de sus vecinos y un ejemplo de la idiosincrasia serrana caracterizada por su orgullo levantisco y su alma afectuosa. Un carácter que forjó a desprendidos bandoleros, a manolas defensoras del patrimonio común y otras gentes únicas en las ciencias y las artes.


Así somos, como nuestro paisaje, la gente de la Serranía, me espetó Fraile mientras paseábamos desde la Plaza de la Duquesa de Parcent hasta el Palacio de Mondragón entre edificios de piedras que hablaban. Fue tal mi admiración por las recoletas terrazas y los equilibrados patios, tan andaluces en sus formas y en su composición floral, que el orgulloso alcalde, junto con el apreciado Bosco, se ofrecieron a mostrarme como ilustres cicerones, las joyas botánicas de tan memorable ciudad, por entonces nada contaminada por el turismo.


Y así llegamos hasta la Casa del Rey Moro donde me presentaron a su nuevo y joven propietario, Jochen Knie. Me enamoré de aquel Jardín desde que pisé su zaguán. Capté en breve la esencia con la que Forestier, el gran diseñador de jardines de París, Barcelona o el Parque de María Luisa de Sevilla, había pergeñado aquel pequeño paraíso en un terreno tan quebrado en el brocal de El Tajo. Había recreado en terrazas y desniveles la historia del paisajismo nazarí, del jardín de los cinco sentidos, un espacio para enamorados con paisajes edénicos y una flora cargada de simbología.


El jovial alemán estaba empeñado en hacer de aquel emblemático lugar un referente de Ronda y de Andalucía. Tres décadas después, como un gran marino que es, ha sorteado tempestades y galernas, no cejando en su empeño ni un solo segundo. Knie es fiel a su Jardín y sabe, con filosofía oriental, que el mejor legado que puede hacerse al futuro es el de un jardín. En estas horas convulsas cabría decir al pasear por el Jardín de Knie aquello de Ortega: He reducido el mundo a mi jardín y ahora veo la intensidad de todo lo que existe.

Cuidemos la naturaleza